Antropólogo de la Universidad Nacional, Magíster en Análisis Político, y Relaciones ales

domingo, 13 de enero de 2008

HAY QUE SUPERAR LA SICOSIS GUERRERISTA


Reconocer a la insurgencia como fuerza beligerante es una propuesta razonable. La negación del contrario es una actitud irracional.
La calificación de “terroristas” para las organizaciones guerrilleras colombianas la impuso el gobierno estadounidense. El Plan Colombia, de apariencia inicial antinarcóticos, devino en proyecto antiguerrillero con el giro de Bush a la política exterior yanqui, en 2001. La Unión Europea adoptó ese rasero ulteriormente.
La política de “seguridad democrática” se fundamenta en la teoría de que en Colombia no existe un conflicto armado político y social, sino una “amenaza terrorista”. En 2008, el gobierno ha triplicado el presupuesto de guerra para costear la ofensiva general contrainsurgente. No existe una política de paz sino de guerra. Una nueva ley pretende convertir la contrainsurgencia y la represión social en política institucional.
La liberación de Clara y Consuelo muestra hechos nuevos. No solo la esperanza de liberación para personas en poder de la insurgencia. Para varios gobiernos de América Latina en Colombia hay un régimen sordo, ciego e insensible ante el dolor humano y frente al imperativo de una salida NO militar al conflicto realmente existente. Ese régimen se niega a reconocer ese conflicto y a sus contradictores políticos insurgentes. Simultáneamente, intenta darles estatus político a los jefes de los escuadrones de la muerte vinculados al narcoparamilitarismo. A la vez, la extrapolación de la “seguridad democrática” a los países limítrofes y la carrera armamentista estimulada por la “ayuda militar” unilateral de Estados Unidos, extiende la preocupación por el curso de la situación colombiana al resto del continente.
Desatascar el cerramiento del régimen colombiano se convierte en una prioridad para Suramérica y áreas vecinas. Se trata de abrir una ventana para la solución política, NO militar de un problema real e innegable. El drama humanitario es su faceta más aguda.
El ex presidente Pastrana, quien dice que el pedido de Chávez es “un chantaje”, dialogó con las FARC y el ELN en esa calidad. El retroceso que vivimos en términos de búsqueda de la paz es evidente.
Francia y México reconocieron al FMLN salvadoreño, en 1982. Desde entonces una solución dialogada, negociada entre las partes, y apoyada internacionalmente, fue posible.
Jaime Caycedo


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